jueves, octubre 26, 2006

Últimas noticias

Apenas repuesta de un coma 4 e imposibilitada para hablar, desde su camilla en el sector de terapia intensiva en un importante hospital psiquiátrico de la Capital, la tía Laura pudo acceder a un avanzado y complejo programa informático que lee e interpreta sus ondas cerebrales con un mínimo margen de error. Gracias a este programa, y en directo desde los infiernos de la angustia y de la depresión, la tía nos envió su último relato:

Mira que está la persona que medio y Stalin Nación en pareció un señor muy agradable simpático equilibrado madre besito sino cadena pero me parece que vos una lista señor no lo parecía no hace que apenas está de acuerdo conmigo no ni a robar querido sobrino espero que me han me tanto como yo te pareció

jueves, octubre 19, 2006

Remembranza

Desde su convalescencia, que la volvió más introspectiva que de costumbre (pasa largas horas conversando por teléfono consigo misma), la tía Laura nos envía el siguiente mensaje:

Cuando yo era pequeña corría como una gallina perseguida por los perros. Ahora que soy una ancianita, corro como una bolita.

lunes, octubre 02, 2006

Depresión

La tía Laura entró en un estado crepuscular que le impide seguir por el momento con sus relatos. Es posible que se le pase en los próximos días. Mientras tanto, desde aquí, seguimos esperándola.

miércoles, septiembre 20, 2006

Angelitos negros

Si yo hubiera nacido en Haití, Puerto Príncipe, otro hubiera sido mi destino. Allá, todos los negritos y las negritas andan por la calle descalzos, en general con una cara simpática, cantando alguna canción o invocando el vudú, y a ninguno se le ocurre que tiene que participar en nada ni conocer los entretejidos de la política. Lo único que hacen es amarse, jugar, tirarse al sol con su cajita de Chesterfield al lado y cuando aparece algún turista lo corren:
—Oiga, míster, oiga.
Y le muestran la caja de cigarrillos para vendérsela.
Los negritos y las negritas bailan sin entender que están bailando, cantan sin pensar en lo que hacen, y ninguno interviene en otra cosa porque entonces vienen los Tonton Macoute y al primero que protesta, le dan un garrotazo y lo arrastran al mar. Por lo tanto, negros y negritas viven felices sin preguntarse nada porque saben que todo es imposible.

miércoles, septiembre 13, 2006

La primavera suele llegar de golpe

Hacía tantos años que Doña Rosa vivía sobre aquella calle, que ella misma había perdido la noción del tiempo. Se habían ido los García, que tenían dos chicos bulliciosos. Se había ido el alemán del taller mecánico. Habían cerrado el pequeño negocio de lencería que proveía a la mayor parte de las mujeres del barrio. Nunca más se supo de ellos. La única que quedó fija en el lugar fue Doña Rosa. Con el tiempo se fue poniendo más encorvada, espiaba por las persianas y conocía los pasos de los vendedores, de los cobradores, y aprendió a calcular la hora de acuerdo al momento del día en que los veía. A veces se aburría y entonces recordaba a sus antiguos vecinos. Le venían imágenes de cuando los chicos tomaban la comunión y le iban a pedir unas monedas o de cuando el alemán hacía tanto ruido con los motores que ella se enfurecía, discutía con él y después se iba a dormir la siesta.
Un día, igual que tantos otros, alguien llamó a su puerta. Tímidamente, ella preguntó:
—¿Quién es?
Espió por la persiana y vio plantado frente a su puerta a un elegante muchacho, muy bien trajeado y con una gorra de marino.
—¿Qué desea? —volvió a preguntar.
Con acento de extranjero, el muchacho respondió:
—Señora, yo soy súbdito de la reina de Holanda.
Doña Rosa se quedó pasmada.
—¿Cómo la reina de Holanda?
—Sí, señora. La reina de Holanda es argentina.
—¿Argentina?
—Así es. Doña Máxima Zorreguieta es argentina. Y es nuestra reina.
De pronto, ella recuperó su antiguo vigor y dijo:
—Acá la única reina que hubo fue Eva Perón. Con sus grandes vestidos, su brillo, su belleza.
—Disculpe —repuso el joven—, pero la reina de Holanda se llama Máxima y es argentina.
Doña Rosa, cargada de furia, le abrió la puerta.
—Pase —le dijo.
El muchacho lucía elegante y cuidadoso en sus modales, algo que a Doña Rosa le inspiraba confianza.
—Tome asiento —dijo, a lo que el joven obedeció.
—¿Quiere algo para tomar?
El muchacho asintió con la cabeza. Doña Rosa se metió en la cocina y regresó con un vaso de gaseosa en la mano. En ese momento, empezaron a escucharse desde la calle gritos amenazantes:
—¡Policía, policía!
Súbitamente, el marino perdió la compostura y extrajo un revólver de su cinturón. Al verlo, Doña Rosa se acercó a la persiana y les gritó a los de afuera:
—¿Pero qué pasa? Yo tengo bajo mi techo al mensajero de la reina de Holanda.
Los de afuera le contestaron:
—No sea ingenua. Es un ladrón. Estuvo robando por toda la zona y está armado.
Entonces ella dijo:
—Un caballero como él tiene que estar armado para protegerse de personas como ustedes. ¡Guarangos!
Desde afuera se escuchó otro grito:
—¡Déjenos entrar o lo bajamos a tiros! Es un delincuente.
Llena de dignidad, Doña Rosa respondió:
—Bajo mi techo no hay delincuentes. Hay un embajador de la reina de Holanda que tiene mucho parecido con Evita.
Tras decir esto, se hizo el silencio. Doña Rosa, tensa, escuchaba los murmullos que llegaban desde afuera:
—Para mí que la vieja es parte del asunto —decía uno.
—Terminemos con esto de una vez que ya empieza el partido. Deben tener un cargamento de merca encanutado ahí adentro.
Doña Rosa empalideció. Cuando se volvió para pedirle ayuda al muchacho, lo encontró frente a la heladera abierta y comiendo los restos del mondongo que tenía guardado del mes anterior. Aterrorizada, corrió hasta él pero ya era demasiado tarde.
—¡No comas eso que es un preparado para limpiar la heladera! —dijo.
El joven, tomado por sorpresa, alcanzó a murmurar sus últimas palabras antes de caer presa de las convulsiones:
—Vieja de mierda, la puta que te parió...
Murió al instante. Doña Rosa se arrojó sobre él, llorando a los gritos y diciendo:
—¡No te vas a ir solo! ¡Evita nunca te hubiera dejado!
Entonces introdujo sus dedos temblorosos en el mondongo rancio, lo acercó a su boca y estuvo a punto de tragarlo cuando desde afuera empezó la balacera que la transformó en un colador.